En la última emisión de esta columna, me referí a la elección presidencial del 28 de julio como “muy peculiar”. Me quedé corto. Es extraordinaria. Algo sin precedentes en la historia de Venezuela. El que se lleven a cabo sin democracia ni Estado de Derecho no es lo novedoso. Los comicios de 2018 se dieron en esas condiciones. Pero el grueso de la oposición decidió boicotear el proceso, dejando a Henri Falcón en una candidatura condenada al fracaso precisamente por ignorar el contexto antidemocrático.
Esta vez tenemos dicho contexto, pero ningún actor político relevante llama a la abstención. Más bien, la dirigente que otrora tuvo una de las posiciones más inflexibles contra el voto, María Corina Machado, es quien ahora encabeza el llamado a sufragar. De hecho, si la elite chavista hubiera permitido unas elecciones justas, ella sería la candidata unitaria de la oposición justo ahora, en virtud de su victoria en la primaria de octubre pasado. En vez de eso, el candidato es un ciudadano de cuya mera existencia casi nadie en Venezuela estaba enterado hasta hace un par de meses, incluyendo a quien escribe el presente artículo. Un diplomático retirado llamado Edmundo González Urrutia, sin carrera previa como político de oficio.
He ahí lo extraordinario: para unas elecciones en las que se juega el futuro de Venezuela en todos los sentidos durante los próximos años, la oposición apuesta por la nominación de un desconocido sin experiencia comicial. Pero por extraordinario que sea, no debería ser sorprendente. La dirigencia opositora se vio forzada a ello porque González Urrutia fue el único que pasó el “filtro” arbitrario del Consejo Nacional Electoral. Solo quien se empeña en desconocer la gravedad de la situación puede expresar sorpresa por la marcha de los acontecimientos.
Por increíble que parezca, ni a estas alturas faltan personas así. A su desconcierto añaden molestia por la forma en que se ha venido llevando a cabo la campaña opositora. Se quejan de que sea Machado quien viaje por Venezuela mostrando el rostro y el nombre de González Urrutia, mientras que el propio candidato ha permanecido hasta ahora en Caracas y la proyección de su propia voz ha sido totalmente mediática. “El candidato no puede ser un afiche”, dicen, vaticinando que si Machado no se aparta y deja a González Urrutia asumir ese papel, la oposición desperdiciará la oportunidad y habrá seis años más de gobierno de Nicolás Maduro. Así, como si esta fuera una elección normal y corriente. Toda exégesis de la situación que no reconozca el referido carácter extraordinario está viciado desde sus mismísimas premisas.
El daño que ha sufrido Venezuela en todos los sentidos en los últimos 25 años es tan abismal que, al menos en los últimos 10, he estado convencido de que cualquier persona a la que se le permita retar al chavismo en elecciones más o menos limpias ganará. La oportunidad de verificarlo pudiéramos experimentarla si la candidatura de González Urrutia llega intacta hasta la jornada de votación. Pero ya los indicios que tenemos a la mano apuntan hacia una dirección afirmativa. Ahora bien, cuando digo “cualquier persona” me refiero a que las típicas consideraciones de identidad que los votantes tienen de un candidato presidencial se vuelven irrelevantes o cuanto menos pasan a un segundo plano: experiencia ejecutiva, propuestas concretas de gobierno, estilo comunicacional, etc. Palidecen ante la posibilidad de un cambio de gobierno, lo que realmente ilusiona a las masas. Ellas tienen que creer que el cambio es posible, y en ese sentido, por otro lado, el candidato no puede ser cualquiera. Tiene que ser alguien con amplio respaldo popular precisamente porque una mayoría ciudadana considera que tiene algún plan o estrategia para producir el cambio.
«El alegato de que la oposición marcha hacia una derrota estrepitosa porque es Machado y no González Urrutia quien está al frente del llamado a votar no se ve reflejado en los últimos estudios de opinión»
Justo ahora, guste o no, solo hay una persona que cumple con ese perfil: María Corina Machado. Yo mismo, como observador (en la medida de lo posible) desapasionado de la política venezolana por profesión, no puedo dar fe de que la líder de Vente Venezuela en efecto ha dado con la clave estratégica para lograr el cambio de gobierno. Pero es evidente que si hay alguien de quien las masas creen que es capaz, es por los momentos ella.
De nuevo, cabe recordar que si no fuera por la arbitrariedad del sistema político venezolano, Machado sería la candidata. Más bien tenemos a un abanderado de emergencia. Pero lo que está sucediendo a todas luces es que la intención de voto por Machado está siendo traspasada a González Urrutia. Entiéndase que dicha intención de voto originalmente pertenece a Machado y solo ella lo puede traspasar. A quien sea. Al “cualquiera” del que les hablaba.
Por eso es absurda la pretensión de algunos opinadores de que Machado dé un paso atrás y que González Urrutia sea el principal encargado de llamar a votar por sí mismo. Aparte de que suena estratégicamente inepto, es exigirle de manera desconsiderada y grosera al candidato incluso más que lo que ya está dando de sí por la causa opositora, que no es que sea poco.
González Urrutia ya asumió una compromiso que, en nuestro contexto de atropellos gubernamentales, supone un riesgo inmenso para él y sus allegados. La reacción del chavismo ha sido relativamente laxa: una campaña comunicacional de desprestigio abusivo. Pero nadie puede descartar represalias más severas después. Y de todas formas, nadie está obligado a pasar por lo que González Urrutia ya está pasando en términos de ofensa al honor y la dignidad propios. Dudo mucho que él mismo pensara que se le pediría someterse a eso hace unos meses. De todas formas lo hizo, mostrando un gran temple por el que toda Venezuela debería ser agradecida. Pero por mucho coraje y entrega que muestre, toca insistir en que González Urrutia no es un político profesional y por lo tanto no se le puede exigir que haga campaña como tal él solo.
El alegato de que la oposición marcha hacia una derrota estrepitosa porque es Machado y no González Urrutia quien está al frente del llamado a votar no se ve reflejado en los últimos estudios de opinión. Verbigracia, la más reciente encuesta de la firma Datincorp da al candidato opositor una ventaja abrumadora, con 62% de intención de voto frente a 20% para Maduro. Otro sondeo reciente, de Consultores 21, otorga a González Urrutia un “techo electoral” de 50%, y a Maduro uno de 32%. Bastante más ajustado el margen, sí. Pero sigue siendo impresionante si se tiene en cuenta que, de nuevo, nadie sabía que González Urrutia existía hace dos meses.
Por cierto que el candidato esta semana hará un primer acto de masas junto a Machado en Aragua. Asumo que habrá más. Veremos si eso aplaca a los descontentos, aunque yo creo que nada que se desvíe de su simulación de democracia lo hará. Como sea, no me preocuparía mucho por sus advertencias. Lo que sí me preocupa es la posibilidad de que en cualquier momento la candidatura opositora sea anulada por el poder de facto. Asumamos que eso no ocurre. En este espacio, el año pasado discutí cuán lejos puede llegar Machado en apoyo popular. Preguntémonos ahora cuán lejos, junto con ella, puede llegar González Urrutia. Al igual que en la ocasión previa, yo digo que lejos. Muy lejos.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.